
A pesar de la humedad que hace insoportable el verano doy gracias por ser de Barcelona. Siempre me ha parecido una ciudad con carácter europeo, con ilusiones e iniciativas propias de una urbe con ganas de ofrecer a los que la admiran y que recibe con los brazos abiertos a todo aquel que desembarca.
Para nosotros es una bendición el tener Monvinic tan cerca porque el secreto del universo vínico está allí. La ambientación y el espacio, el tratamiento del vino y la estupenda carta confluyen haciendo posible lo imposible. La amabilidad de sus someliers aporta cercanía pero también fiabilidad. Todo es posible en Monvinic, como en América.
Casi periódicamente nos dejamos caer los que podemos y antes de marchar por vacaciones nos dimos un capricho.

Mientras Toni Ansalo llegaba nos topamos con Winston el del puro. Pol Roger Sir Winston Churchill 1996. Insuperable añada la del 96, nada más verla en la carta electrónica nos decantamos por ese pinot noir manchado de chardonnay. Lo habíamos probado en su versión del 95, genial pero más abrupto, menos elegante que esta maravilla con la que nos topamos. Su color ya era diferente porque era de un dorado brillante aún en plena forma y con una burbuja minúscula y con pocas ganas de dejarse ver. Mis recuerdos son cítricos, pomelo rosa, frutillos rojos, ligeros frutos secos y levaduras con pinceladas de autolisis. Una pizca de azúcar moreno y de humo. Humedad en forma de hongo y sotobosque. En boca es pura seda, la burbuja está pero no se nota. Es necesaria porque refresca y el final es ácido y cremoso dejando rastros amargos a mayor temperatura. Portentoso.

Pedimos el segundo cuando la figura de Toni se aproximó a la mesa para rozar el cielo con el Angélus 1998. Otro capricho pedido apretando los ojos al pronunciar su nombre: un Angélus del 98 y que nos fue traído en una bonita caja de madera para que reposara la botella con apenas 30 grados de inclinación. Fui el encargado de catarlo y siempre recordaré ese momento, el de la primera vez, el que marca el devenir. Ese rojo intenso y vivo invitaba a olerlo y de inmediato metí la nariz en la burdeos. Una impecable fruta roja en su punto, jugosa, se topó con mi apéndice para convertirse en un ramo de rosas frescas que impregnaban con su fragancia toda la estancia. Una ligera reducción que sin duda desaparecería con unos minutos de oxígeno y un regaliz fresco no nos abandonó de la compañía de los ángeles. Se me erizó el vello y los ojos se tornaron vidriosos de la emoción. Más tarde la fruta roja se entremezcló con negra y notas de cacao puro. La boca era potente: taninos redondos y suaves pero presentes, delicioso néctar de Saint-Emilion.
¿Después de esta bomba qué? Con anterioridad habíamos echado un vistazo a los vinos por copas y quisimos rematar la faena. Se nos antojó una copa de un Grand Cru alsaciano, nada menos que el Pinot Gris 2002 Clos St. Urbain de Zind Humbrecht. Aceitoso de tacto y nada menos que 15% de alcohol. Notas de sobre maduración, la dulzura de la botrytis en forma de pegamento y de fruta blanca muy madura. Roca en forma granítica tal vez transformada en amargor a partir de media boca y hasta el infinito. Una incógnita el residual de este vino ya que la bodega lo elabora cada cosecha de forma diferente en función del año. Un vino que no deja indiferente y que particularmente me gustó.

Fue duro levantarse del asiento después de tales vinos pero llegó el momento de regresar a la húmeda ciudad, la misma que nos da enormes satisfacciones. Hasta la próxima.
La primera foto, Barcelona, pertenece a MorBCN en flickr.