Jueves, 11 a.m. hora Zulú:
Carles: ¿Qué tal si esta noche montamos algo improvisado y me quito de encima una botella algo anciana que debe estar más o menos bien…?
Oscar: Coño, ¡pues claro! A las 21:30 en mi casa (garaje), cenados y sin más tonterías. Yo pongo un dulce para el final y procedo a convocar a la peña vía mail
Una hora después…
Vicente: Perfecto, traeré un Champagne de reciente adquisición, un Blanc de Blancs que puede estar bien….
Toni (por teléfono a Vicente): No se hable más, si va de ancianos yo me llevo un Bosconia ´81 y a disfrutar que son dos días.
Carlos: No sé, no sé… mamones, ¡qué yo trabajo al día siguiente!... En fin, no sé…
Xavi (tras llamada de Carles): Allí estaré, el jamón, el fuet y las patatas fritas corren a mi cargo.
Así de rápido se monta una reunión, o lo tomas o lo dejas aunque, como bien dice un amigo mío ‘castaña que no pegas, castaña que pierdes’ (castaña es para mi amigo sinónimo de según que acto amoroso).
En estas citas, sin temática alguna preconcebida, se aprovecha para que cada uno se cuelgue la medalla con los vinos que más le gustan. La aportación es libre y altruista, no se comparan los precios o las etiquetas, cada cual aporta lo que le apetece, hoy por ti y mañana por mi.
La bacanal no empezó mal pero sí un poco más tarde de lo establecido (hay quien necesita llegar tarde para sentirse realizado…), nada que no se pudiera solucionar esperando al tardío miembro con una buena copa del champagne aportado por Vicente: Guy Charlemagne Grand Cru Blanc de Blancs.
Carles: ¿Qué tal si esta noche montamos algo improvisado y me quito de encima una botella algo anciana que debe estar más o menos bien…?
Oscar: Coño, ¡pues claro! A las 21:30 en mi casa (garaje), cenados y sin más tonterías. Yo pongo un dulce para el final y procedo a convocar a la peña vía mail
Una hora después…
Vicente: Perfecto, traeré un Champagne de reciente adquisición, un Blanc de Blancs que puede estar bien….
Toni (por teléfono a Vicente): No se hable más, si va de ancianos yo me llevo un Bosconia ´81 y a disfrutar que son dos días.
Carlos: No sé, no sé… mamones, ¡qué yo trabajo al día siguiente!... En fin, no sé…
Xavi (tras llamada de Carles): Allí estaré, el jamón, el fuet y las patatas fritas corren a mi cargo.
Así de rápido se monta una reunión, o lo tomas o lo dejas aunque, como bien dice un amigo mío ‘castaña que no pegas, castaña que pierdes’ (castaña es para mi amigo sinónimo de según que acto amoroso).
En estas citas, sin temática alguna preconcebida, se aprovecha para que cada uno se cuelgue la medalla con los vinos que más le gustan. La aportación es libre y altruista, no se comparan los precios o las etiquetas, cada cual aporta lo que le apetece, hoy por ti y mañana por mi.
La bacanal no empezó mal pero sí un poco más tarde de lo establecido (hay quien necesita llegar tarde para sentirse realizado…), nada que no se pudiera solucionar esperando al tardío miembro con una buena copa del champagne aportado por Vicente: Guy Charlemagne Grand Cru Blanc de Blancs.

Interesante ejemplar de espumoso localizado en Le Mesnil-Sur- Oger, patria de los grandes blancos burbujeantes de Chardonnay. Si algo tiene esa zona es su extrema mineralidad, la cual se transmite a la perfección cuando el trabajo en bodega está bien hecho. Este Reserve Brut era terriblemente mineral, algo reducido al principio y con un gas demasiado opulento hasta que el aire hizo apaciguar sus moléculas. Con el tercer trago la cosa tomó otro camino, la finura cítrica, los toques de bollería y el avasallador aroma calizo se fundían en una boca totalmente integrada, ácida y persistente. A todos gustó (sobretodo por su precio) y sirvió para aplacar el paladar de cara a los siguientes elegidos.
Toni, nuestro amigo grande, había descorchado hacía apenas media hora un Viña Bosconia Gran Reserva 1981 con lo que todavía tenía restos del lacre entre los dedos. Con estos vinos de Lopez Heredia corremos siempre el riesgo de faltar a la objetividad pues, después del homenaje que pudimos vivir en sus dominios, debemos una indudable pleitesía a todo lo relacionado con sus magníficas hechuras.

El primer olor que me vino a la cabeza al arrimarme el Bosconia fue ¡de juventud! Impresionante decir eso de un vino con casi 30 años. La madera todavía no está del todo ensamblada, parece que la fruta tiene todavía mucho camino por recorrer para llegar a superar al nivel de madera de su crianza. Lo que no cabe duda es que dentro de 10, 20 o 30 años el vino estará mucho mejor, más redondo y con esa madera ya más que integrada por la estupenda fruta y potente acidez que atesora en su interior. Ahora mismo el vino es una pasada pero está a menos de la mitad de su potencial final… paciencia para la próxima botella.

A la contra del anterior vino, que se mostró rápidamente tal y como era, éste apareció muy hermético. Todos esperábamos encontrar generosas dosis de terciarios que brillaron por su ausencia ¿quiere decir eso que todavía no había llegado su hora? No lo sé, creo que más bien hubiese sido mejor haberlo descorchado hace algún lustro.
Cuando el oxígeno empezó a mellar su caparazón, los aromas de cuadra, aperos curtidos y los consabidos toques terrosos eran puro vicio. Poco a poco, cómo una tortuga lenta pero segura, avanzaba por estadios diferentes mostrando a cada paso su mejor cara. La boca tardó en ser sincera, los últimos tragos son los que más comentarios de gloria suscitaron.
Si algo quedó claro con este Burdeos es que los vinos allí concebidos se han de mirar con otros ojos, eso sin contar que cuando tienen 40 años de vida se tornan mucho más emocionantes e impredecibles si cabe. Impresionante vinazo, sólo los grandes tienen esa alma tan poderosa.
Con el paladar satisfecho de tintos tocaba pasar a la parte dulce del día. Carlos, presente en la reunión por voluntad divina en última instancia, saco de la chistera un jovial y fresco Fritz Haag Juffer Sonnenuhr Spätlese 2007. Adictivo sería la palabra para describirlo, el simple hecho de olerlo ya te dice que es pura golosina, demasiada incluso para paladares cómo el mío (más agradecidos con menos cargas de residual en los vinos o, bien, con éstas mitigadas por los años en botella). Todo un ramillete de frutas blancas muy maduras, flores blancas completamente abiertas de par en par se adueñó de los allí presentes. Denso en la entrada en boca, dulce en primer momento y poco a poco, tras tragarlo, in crescendo con su acidez que deja un rico aroma de limón en retro.
Para el último turno el vino del anfitrión, el que escribe, donde se palpó y diseccionó a la diva una vez más. La comparación con el anterior vino se antojaba difícil pues el Gessinger Eiswein 1990 es un engendro de otra galaxia, no tanto por su calidad estratosférica sino más bien por sus credenciales ganadas a pulso durante 20 años de clausura (también necesitó de un aireado para descartar cierto tufillo reductivo). Se requiere cierta práctica a la hora de beberlo pues su abanico de terciarios va y viene, por un lado te muestra los 20 años que lleva preso y por otro te reta a que lo dejes todavía más tiempo en clausura. Cómo suele pasar con estos vinos, su espíritu camaleónico no dejó de fascinar mientras duró el contenido de la (canija) botella.
Visto lo visto y bebido lo bebido, tras levantar uno a uno de sus sillas, los enfoqué en dirección a la puerta y di la orden definitiva con la que se cierra el chiringuito hasta la próxima: ojo con los alcoholímetros y que se repita pronto. Id con Dios.