
Soy un adicto, lo reconozco, a las historias de misterio y de terror que echan muy de vez en cuando por la pequeña pantalla. Bueno, ahora no tan pequeña, de 40 o más pulgadas y con tecnología 'led', por supuesto, y mucho menos 'tonta' que la anterior.
Recuerdo aquellos programas del malogrado Chicho Ibáñez Serrador, las películas de Roger Corman y los cómics Historias de la Cripta que siempre me sorprendían no tanto por la fuerza de las imágenes como por la maestría de un guión que me dejaba clavado en la butaca.
Como clavado en nuestra memoria aún perdura la visita que los Vadebacus realizamos recientemente a las históricas Bodegas López de Heredia. Como si fuera una entrega por capítulos ya les ofrecimos una primera parte donde relatamos los pormenores de la visita y las explicaciones de su anfitriona, María José López de Heredia, que nos contó de la 'A a la Z' la historia de la empresa desde que la fundara su bisabuelo hace 133 años y su lado más profesional y técnico, del día a día en la inmensa profundidad de las bodegas, al amparo de un meandro caprichoso del río Ebro, artística arteria de la sangre riojana.
Y es ahí, en lo más recóndito de una de las galerías de López de Heredia donde nos sentimos protagonistas de una aventura poco común y que aún hoy se nos eriza el vello y nos quita el sueño al pensar en ello.
Fue al final de la visita cuando María José apagó las luces y nos condujo a través de un oscuro pasadizo a una inmensa bóveda donde dormitaban, aparentemente sin vida, un sinfín de botellas inertes, cargadas de un polvoriento manto de telarañas y moho que sólo los años saben tejer con tanto esmero el paso del tiempo.

Un pequeño chispazo, como un débil relámpago, iluminó muy tenue aquella estancia que la separaba del resto una reja artísticamente trabajada y que acentuaba aún más aquella solemne soledad. Una mesa dividía el espacio a su alrededor, donde a modo de estanterías revestían las paredes un hilera de nichos que rodeaban toda la sala en varios pisos circulares. En su interior yacían, en varias capas superpuestas, ingentes cantidades de botellas cuyo vidrio totalmente opaco era entretejido por multitud de telas de araña a modo de manto fúnebre.
Nos miramos mudos de sorpresa y respeto por la soledad de aquel mausoleo. De repente, María José alargó la mano hacia una de esas momias durmientes que en su velada etiqueta rezaba un 1954 Reserva, sin el 'Gran', de Viña Tondonia, medida de 50 cl. Este fue uno de los tesoros a los que tuvimos acceso a modo de barra controlada, precedidos de un Grande, ahora sí, reserva blanco de 1981 y otro Gran reserva Viña Bosconia de 1991.

En aquellos instantes multitud de ojos invisibles nos vigilaban desde los nidos que suspendidos coloreaban de un color blanquecino toda la bóveda de la sala. Por lo que nos contaba la descendiente de López de Heredia estos animalitos de la familia de los arácnidos ayudaban a crear un microclima vital para la conservación de todo el arsenal vínico que allí se almacenaba al abrigo del tiempo.
Mientras, gota a gota, el preciado líquido fluía en nuestros paladares arrancando un pedacito del elixir de la eterna juventud de los habitantes de la cripta. Porque era a eso lo que se asemejaba aquella estancia: la cripta de un mausoleo dedicada única y exclusivamente a almacén vínico de los mejores especímenes que se elaboraban año tras año con el sello López de Heredia.

Viña Tondonia Reserva de 1954, 50cl.
Medidas singulares para una guarda tan longeva. En boca se muestra sedoso, matizado por barnices muy suaves. Va 'increscendo' a medida que transcurre la cata. Sabores reducidos pero muy largos en boca con una acidez muy marcada, algo lácteo. Cuerpo ligeramente carnoso con efluvios a tierra húmeda. Sorprendente.
Viña Tondonia Gran Reserva Blanco de 1981
Un valor seguro. Mandarina muy madura y especiada. Hay quien encuentra orines de gato. Se expande en la boca como un abanico de sabores y aromas. Es adictivo, me bebería toda la botella.
Viña Tondonia Gran reserva 1991
Con 9 años a sus espaldas parece que el tiempo se haya detenido. Es casi como un infanticidio. Pletórico, apunta maneras. Suavidad, acidez no exagerada, sinfonía de lácteos no muy maduros. Aromas a apero viejo pero sin estridencias. Sabroso.
Viña Bosconia Gran reserva 1991
Demasiado joven. Muy vivo todavía no ha tenido tiempo de reconvertir esa energía sobrante. Matices muy acusados a tierra roja y húmeda. Acidez muy presente como un yogurt de moras. Necesita madurar largo tiempo en bodega pero se deja beber.
N.A. El documento gráfico es obra del magnífico trabajo de Vicente Sierra.

Recuerdo aquellos programas del malogrado Chicho Ibáñez Serrador, las películas de Roger Corman y los cómics Historias de la Cripta que siempre me sorprendían no tanto por la fuerza de las imágenes como por la maestría de un guión que me dejaba clavado en la butaca.
Como clavado en nuestra memoria aún perdura la visita que los Vadebacus realizamos recientemente a las históricas Bodegas López de Heredia. Como si fuera una entrega por capítulos ya les ofrecimos una primera parte donde relatamos los pormenores de la visita y las explicaciones de su anfitriona, María José López de Heredia, que nos contó de la 'A a la Z' la historia de la empresa desde que la fundara su bisabuelo hace 133 años y su lado más profesional y técnico, del día a día en la inmensa profundidad de las bodegas, al amparo de un meandro caprichoso del río Ebro, artística arteria de la sangre riojana.
Y es ahí, en lo más recóndito de una de las galerías de López de Heredia donde nos sentimos protagonistas de una aventura poco común y que aún hoy se nos eriza el vello y nos quita el sueño al pensar en ello.
Fue al final de la visita cuando María José apagó las luces y nos condujo a través de un oscuro pasadizo a una inmensa bóveda donde dormitaban, aparentemente sin vida, un sinfín de botellas inertes, cargadas de un polvoriento manto de telarañas y moho que sólo los años saben tejer con tanto esmero el paso del tiempo.

Un pequeño chispazo, como un débil relámpago, iluminó muy tenue aquella estancia que la separaba del resto una reja artísticamente trabajada y que acentuaba aún más aquella solemne soledad. Una mesa dividía el espacio a su alrededor, donde a modo de estanterías revestían las paredes un hilera de nichos que rodeaban toda la sala en varios pisos circulares. En su interior yacían, en varias capas superpuestas, ingentes cantidades de botellas cuyo vidrio totalmente opaco era entretejido por multitud de telas de araña a modo de manto fúnebre.
Nos miramos mudos de sorpresa y respeto por la soledad de aquel mausoleo. De repente, María José alargó la mano hacia una de esas momias durmientes que en su velada etiqueta rezaba un 1954 Reserva, sin el 'Gran', de Viña Tondonia, medida de 50 cl. Este fue uno de los tesoros a los que tuvimos acceso a modo de barra controlada, precedidos de un Grande, ahora sí, reserva blanco de 1981 y otro Gran reserva Viña Bosconia de 1991.

En aquellos instantes multitud de ojos invisibles nos vigilaban desde los nidos que suspendidos coloreaban de un color blanquecino toda la bóveda de la sala. Por lo que nos contaba la descendiente de López de Heredia estos animalitos de la familia de los arácnidos ayudaban a crear un microclima vital para la conservación de todo el arsenal vínico que allí se almacenaba al abrigo del tiempo.
Mientras, gota a gota, el preciado líquido fluía en nuestros paladares arrancando un pedacito del elixir de la eterna juventud de los habitantes de la cripta. Porque era a eso lo que se asemejaba aquella estancia: la cripta de un mausoleo dedicada única y exclusivamente a almacén vínico de los mejores especímenes que se elaboraban año tras año con el sello López de Heredia.

Viña Tondonia Reserva de 1954, 50cl.
Medidas singulares para una guarda tan longeva. En boca se muestra sedoso, matizado por barnices muy suaves. Va 'increscendo' a medida que transcurre la cata. Sabores reducidos pero muy largos en boca con una acidez muy marcada, algo lácteo. Cuerpo ligeramente carnoso con efluvios a tierra húmeda. Sorprendente.
Viña Tondonia Gran Reserva Blanco de 1981
Un valor seguro. Mandarina muy madura y especiada. Hay quien encuentra orines de gato. Se expande en la boca como un abanico de sabores y aromas. Es adictivo, me bebería toda la botella.
Viña Tondonia Gran reserva 1991
Con 9 años a sus espaldas parece que el tiempo se haya detenido. Es casi como un infanticidio. Pletórico, apunta maneras. Suavidad, acidez no exagerada, sinfonía de lácteos no muy maduros. Aromas a apero viejo pero sin estridencias. Sabroso.
Viña Bosconia Gran reserva 1991
Demasiado joven. Muy vivo todavía no ha tenido tiempo de reconvertir esa energía sobrante. Matices muy acusados a tierra roja y húmeda. Acidez muy presente como un yogurt de moras. Necesita madurar largo tiempo en bodega pero se deja beber.
N.A. El documento gráfico es obra del magnífico trabajo de Vicente Sierra.
