
Este es el título de uno de los mejores álbumes de juventud que uno ha vivido – de esto hace ya unos cuantos años-. En concreto se trata de los archiconocidos Supertramp, uno de los mejores exponentes del rock, más suave, de los 70 y que tiene todos los visos de perdurar para siempre en los anales de la música mal llamada moderna.
Y digo crisis porque este apelativo parece no afectar a algún amigo que cuando nos logra reunir –difícil lo tiene- suele tirar la casa por la ventana. El pasado viernes Alexander Barzen era esperado por estos lares para darnos un atracón de riesling, como ya viene siendo habitual cuando el germánico aterriza en suelo hispano. Con una familia más numerosa de la normal, pues se añadieron a la fiesta un nutrido grupo de entusiastas y adictos de los mejores vinos e incluso de los, si cabe, mejores blogs de la competencia, asistimos a una sinfonía wagneriana -con Parsifal al frente- de los mejores frutos cosecha Barzen de la orilla izquierda, según se mire, de la Mosela.
Cuando la reunión parecía acabada y los ilustres invitados dieron el capítulo por finalizado nuestro anfitrión, Oscar para los amigos, quiso sorprendernos en petit comité con una pequeña sorpresa que tenía preparada en un rincón de su enogaraje. Comenzaba sin yo saberlo la verdadera cata de la jornada.
Teníamos delante un Malleolus 2001 que tuvo la buena fortuna –y digo bien- de salir rana. A pesar de ser un producto de la factoría de Emilio Moro esta botella en cuestión se parecía más a un cocido madrileño que a uno de los mejores exponentes de la Tinta del País de la Ribera.
Como quien no quiere la cosa aparece otro Malleolus esta vez 2003. La cosa estaba bastante mejorada pero en mi opinión no reflejaba el gusto en particular de los allí presentes. Cada vez más nos alejamos de lo que se conoce como vino de corte moderno, Parker, de autor o como quiera llamársele, con sobre extracción, maduración y madera muy presentes.


Así giraba la conversación aquella ya avanzada madrugada cuando encima de la mesa asisto atónito al degüelle de un Vega Sicilia Valbuena 5º año 2002. No puede ser. Estoy en el cielo de la Ribera. Los aromas de arenque en conserva ganan terreno. Un suave tacto goloso, algo salino, despierta nuevamente mis sentidos; todo un registro de frutas estalla en mi paladar en un mar de sensaciones. Me parece que hablo incluso alemán con Alex cuando el bueno de Oscar destapa la última sorpresa.
¿Pero qué haces? -digo-
Nada, que vamos a comparar –dice-
Ya mis ojos no dan crédito a lo que allí se ofrecía en sacrificio. Un Vall Llach 2004 negro como la noche llenaba las copas de los benditos agraciados. Las papilas gustativas cambiaban de registro. Ahora se notaba el grafito, la humedad, el matorral y en definitiva la potencia concentrada de la licorella de Porrera.
Hete aquí que renegamos del vino de autor y vamos a parar al mejor producto de un cantautor. Cosas de la vida.
Aún con todo la ganancia se la lleva el Valbuena, más redondo, muy pulido y extremadamente largo y persistente; mientras que el Vall Llach, aún siendo tremendamente satisfactorio, ha perdido algo de esa frescura de savia concentrada en pos de una cierta cola de carpintero que le resta complejidad.
Vuelvo a repetir que no se trata de una competencia entre dos gigantes sino de catar dos divas del vino que cumplen una de las premisas por las que apostamos: son abanderadas de la tierra que les vio nacer. En resumen fue esta una jornada muy particular. ¿Crisis? ¿Qué crisis?
Y digo crisis porque este apelativo parece no afectar a algún amigo que cuando nos logra reunir –difícil lo tiene- suele tirar la casa por la ventana. El pasado viernes Alexander Barzen era esperado por estos lares para darnos un atracón de riesling, como ya viene siendo habitual cuando el germánico aterriza en suelo hispano. Con una familia más numerosa de la normal, pues se añadieron a la fiesta un nutrido grupo de entusiastas y adictos de los mejores vinos e incluso de los, si cabe, mejores blogs de la competencia, asistimos a una sinfonía wagneriana -con Parsifal al frente- de los mejores frutos cosecha Barzen de la orilla izquierda, según se mire, de la Mosela.
Cuando la reunión parecía acabada y los ilustres invitados dieron el capítulo por finalizado nuestro anfitrión, Oscar para los amigos, quiso sorprendernos en petit comité con una pequeña sorpresa que tenía preparada en un rincón de su enogaraje. Comenzaba sin yo saberlo la verdadera cata de la jornada.
Teníamos delante un Malleolus 2001 que tuvo la buena fortuna –y digo bien- de salir rana. A pesar de ser un producto de la factoría de Emilio Moro esta botella en cuestión se parecía más a un cocido madrileño que a uno de los mejores exponentes de la Tinta del País de la Ribera.
Como quien no quiere la cosa aparece otro Malleolus esta vez 2003. La cosa estaba bastante mejorada pero en mi opinión no reflejaba el gusto en particular de los allí presentes. Cada vez más nos alejamos de lo que se conoce como vino de corte moderno, Parker, de autor o como quiera llamársele, con sobre extracción, maduración y madera muy presentes.


Así giraba la conversación aquella ya avanzada madrugada cuando encima de la mesa asisto atónito al degüelle de un Vega Sicilia Valbuena 5º año 2002. No puede ser. Estoy en el cielo de la Ribera. Los aromas de arenque en conserva ganan terreno. Un suave tacto goloso, algo salino, despierta nuevamente mis sentidos; todo un registro de frutas estalla en mi paladar en un mar de sensaciones. Me parece que hablo incluso alemán con Alex cuando el bueno de Oscar destapa la última sorpresa.
¿Pero qué haces? -digo-
Nada, que vamos a comparar –dice-
Ya mis ojos no dan crédito a lo que allí se ofrecía en sacrificio. Un Vall Llach 2004 negro como la noche llenaba las copas de los benditos agraciados. Las papilas gustativas cambiaban de registro. Ahora se notaba el grafito, la humedad, el matorral y en definitiva la potencia concentrada de la licorella de Porrera.
Hete aquí que renegamos del vino de autor y vamos a parar al mejor producto de un cantautor. Cosas de la vida.
Aún con todo la ganancia se la lleva el Valbuena, más redondo, muy pulido y extremadamente largo y persistente; mientras que el Vall Llach, aún siendo tremendamente satisfactorio, ha perdido algo de esa frescura de savia concentrada en pos de una cierta cola de carpintero que le resta complejidad.
Vuelvo a repetir que no se trata de una competencia entre dos gigantes sino de catar dos divas del vino que cumplen una de las premisas por las que apostamos: son abanderadas de la tierra que les vio nacer. En resumen fue esta una jornada muy particular. ¿Crisis? ¿Qué crisis?