No era el mejor momento para visitar la Mosela, a mediados de Octubre, ya que la vendimia comenzaba en la zona y las bodegas, por lo general, no estaban para ninguna otra cosa que para el cuidado y recolección del fruto que miman durante todo un año.
A pesar de eso, cuatro miembros de nuestro grupo nos lanzamos sin pensarlo a la aventura, aún sabiendo que nos encontraríamos puertas cerradas y, tal vez, una primera experiencia de las desafortunadas.
Sabíamos que podíamos contar con nuestro amigo Alex, el haría lo que pudiera y así fue: alojamiento de ensueño en Reil, cuna de sus vinos, con nuestros pies en la orilla del Mosel. Llegamos un viernes casi sábado en una noche fría, rondando el punto de separación de lo positivo y lo negativo, con una niebla densa y con las ganas del principiante vía GPS. Nos esperaba llena de amabilidad Cristhal, la dueña de la casa acondicionada para recibir visitas en esa belleza de paraíso. Nos colmó de atenciones el poco tiempo que estuvimos en la casa, un buen desayuno como veis en la foto, necesario para afrontar el sábado que nos esperaba.
Intentaremos en las próximas entregas del blog haceros llegar nuestras emociones en la medida de lo que podamos: material gráfico y el pobre uso del verbo. Desde aquí agradecer a Alex Barzen especialmente y a todos los que con su buena voluntad contribuyeron a que nuestro viaje fuera mucho más mágico que nuestras expectativas previas, una placentera primera vez.
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